3 maratones, 3 meses, 3 continentes.


Cuando lo soñé, en mi mente parecía precioso: 3 maratones, en 3 meses en 3 continentes. Cuando convertí el sueño en realidad me hice consciente del poder de los sueños, que es en definitiva nuestro poder de luchar por hacerlos realidad.
Yo no corro para ser la primera, corro para que mi hijo Bruno llegue a todos los rincones del mundo.

Es difícil que te abran las puertas fuera de España, las atletas internacionales son muy rápidas y yo soy muy lenta. Pero algo hay algo en mi camino que me ayuda en mi objetivo. La voluntad de llevar a mi hijo es tan fuerte, el amor que me mueve es tan intenso, que siempre, a pesar de las dificultades, consigo ponerme en la línea de salida.

Berlín era mí primera experiencia internacional, no conseguí el apoyo de la organización y tuve que ir por mi cuenta, lo cual hizo todo mucho más complejo. Pero unos días antes de la prueba la organización me escribió para informarme de que habían actualizado mi salida y habían decidido incluirme en el cajón de la elite en silla. Me sorprendió, la verdad.

La preparación de esa maratón fue muy complicada, me sentí muy sola. Sin planificación, sin apoyo logístico para entrenar lo más fácil habría sido dejarlo, sin más. Pero mi hijo y yo, tuvimos la valentía de seguir. Hice sola muchos entrenamientos, en el rodillo, con muchísimo calor, porque no tenia otra opción. En otros entrenamientos me apoyaron amig@s que me dedicaron su tiempo y su cariño.

Muchas noches en vela. Dándole vueltas a todo.

No fue fácil.

Preparar un maratón nunca es fácil, pero hacerlo sintiendo la soledad fue muy duro. Seguí una planificación antigua, la única que tenía, para la maratón de Sevilla, y confié en que el trabajo y la constancia me ayudarían.
El 25 de septiembre me puse en la línea de salida de la maratón de Berlín, con todo mi amor por mi hijo pero con mucho miedo. El amor me me permitió acabarla, el miedo me impidió correr rápido.

La vuelta a España después de esa carrera fue dura. En el avión, volví a sentir la soledad. No escuché palabras de aliento. Yo misma no supe darme valor. Así afronte la preparación para la siguiente maratón: Ciudad del Cabo, Sudáfrica , en 3 semanas. Sin confianza, sintiéndome muy pequeña como atleta, solo era capaz de valorar mi capacidad de trabajo, incansable, entrenando todos los días pasara lo que pasara. Solo tenia determinación para correr, pero seguía sin confianza. Y así me preparé y así me coloqué nuevamente en la línea de salida de Ciudad del Cabo.

Nuevamente con la élite internacional y con esa sensación de estar fuera de lugar. De querer y no poder. En esta ocasión salí con un poco más de fuerza, creí un poquito más en mi, pero era un perfil muy muy duro, el más duro que he corrido hasta el momento, y aunque como siempre di todo lo que tenia dentro, no fue suficiente. Mis compañeras me sacaron una hora. Una hora. Se dice rápido, pero esa hora pasa muy lento en un maratón.

Aún así volví contenta de esa competición, porque sentí una pequeña recuperación de la confianza en mí misma. No era mucho, pero había conseguido salir con algo de confianza en mi misma y llegar a la meta con algo de orgullo.
En un mes tenía que hacer la última maratón del año, en Oita, Japón. La maratón internacional más importante para l@s atletas en silla de ruedas. Con una salida de más de 70 sillas en la maratón y más de 150 en la media , es algo único en el mundo y que solo se puede vivir en esa competición.

Nuevamente tuve que prepararla sola casi las cuatro semanas. Sin apoyo, el rodillo era mi única opción. Esas semanas coincidían además con muchas ponencias en empresas y colegios que complicaban aún más la logística de los entrenamientos, muchos fuera de mi horario habitual. Otra vez una preparación muy difícil, no solo en lo físico, sino sobre todo en lo emocional.

Me he sentido muy sola, muy pequeña y muy triste. Solo me reconozco la firme voluntad de querer correr con mi hijo, a toda costa. La firme voluntad de trabajo. Sin dejar de entrenar ni un solo día, sola, a deshoras, sin guía, haciendo lo que podía, pero sabiendo que así era muy difícil.

He trabajado muchísimo y no he visto resultados, aunque ahora entiendo que es normal, en esas condiciones creo que es imposible correr bien.

Esta crónica no es solo para mi, escribirla me ha servido como ejercicio personal. Es para otras personas que se puedan sentir también como yo. Y no sólo preparando un maratón. Porque al final esa prueba es la metáfora de cómo nos enfrentamos en la vida a los distintos retos que nos surgen. Para poder enfrentarse a un reto es necesario no solo prepararlo, sino sentir la confianza en uno mismo. Sentir que puedes hacerlo. Hacer las cosas sola, suele ser más complicado que hacerlo con ayuda. Pero a veces en la vida nos toca remar solas.

Después de reflexionar para escribir estar letras, me siento mucho mejor. De esas tres maratones, en tres meses, en tres continentes, me quedo con que a pesar de las adversidades, decidí no rendirme. Fui afrontando una tras otra con muy poca confianza en mi misma y con cierta tristeza pero manteniendo siempre el amor por mi hijo como motor fundamental. Corrí con miedo pero con amor y eso es lo que me ayudo a llegar a las tres metas.

Ahora soy consciente del aprendizaje y del fiel reflejo de la realidad, uno corre como vive y vive como corre. La atleta no es distinta de la persona. Yo corro con miedo porque vivo con miedo. Pero corro por amor porque vivo por amor.

El amor no te hace rápida pero te ayuda a cruzar la meta. Así que doy las gracias a la vida y a mi hijo por permitirme cruzar esas 3 metas.


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